Supongamos que trabajamos en una consejería de medio ambiente de una comunidad autónoma comprometida con el medio ambiente, y en especial con la biodiversidad. Se persiguen los delitos ambientales, se actualizan los catálogos de especies protegidas e invasoras, se invierte en restauración de hábitats y en información a particulares, se ataca con dureza a las especies exóticas invasoras (EEI) como el visón americano, y hasta se nota cierta mejoría en los indicadores ambientales.
Supongamos ahora que a alguien le da por soltar, digamos, un animal que no existe en el territorio que gestiono, ni en España, ni ha existido al menos durante los últimos 300 años… pero sí antes, por lo que no podemos decir que sea alóctono y además, claro, no está en nuestro catálogo de EEI. ¿Y ahora qué hago? ¿Hago como si no lo he visto y me expongo a las críticas de los propietarios del campo que puedan verse afectados por su presencia? ¿O lo aniquilo y me arriesgo a ser tachado de vándalo ambiental?
No basta con ser bonito y peludo para que te dejen tranquilo
Esta viene a ser más o menos la situación a la que se vieron enfrentadas las Comunidades Autónomas de Navarra y Aragón, y posteriormente La Rioja, tras la introducción del castor (Castor fiber) en la primavera del 2003. La historia que viene después está ampliamente recogida por la prensa, a pesar de que algunas de las autoridades sean ciertamente reacias a proporcionar los datos más actuales de la situación. La decisión desde luego no es fácil. Como conservacionista, la primera reacción es pedir la libre absolución del condenado y permitir su regularización, y después ya veremos cómo nos las apañamos con los platos rotos (léase choperas). Como profesional de la gestión y conservación de la fauna silvestre, a uno le entra un cabreo monumental, ya que se ha pasado la vida argumentando a ganaderos, agricultores y cazadores que ni el ICONA ni los ecologistas van por ahí soltando lobos, serpientes o ratones, y menos sin avisar primero… para encontrarme con semejante chapuza.
Pero de lo que no tengo duda es que antes de empezar a trampear y ejecutar castores como si fuesen una plaga bíblica, hubiera hecho algún estudio sobre el manejo de las poblaciones de este animal reintroducidas en numerosos puntos de Europa, me hubiera reunido con expertos en la materia, y hubiera comunicado mis averiguaciones sobre algunos aspectos básicos: cómo se han hecho estas reintroducciones, si han tenido efectos sobre los regímenes de inundación de las riberas, qué daños se han producido en cultivos forestales, cómo se ha facilitado la información a las diferentes partes interesadas, qué tipo de seguimiento se ha hecho, si 18 ejemplares (los a los supuestos ecologistas belgas les dio por soltar, supuestamente) son genéticamente suficientes para mantener una población sin riesgos futuros de extinción por cuellos de botella, si ha habido problemas relacionados con enfermedades, e incluso qué beneficios podría presentar esta especie para el ecosistema y el ser humano en particular…
Quizás, solo quizás, se podría haber llegado a la conclusión de que a pesar de la ilegalidad de la reintroducción, la situación generada podría darse como aceptable y permitir la presencia de este habitante ribereño, para poder dedicar mis esfuerzos y fondos para otros menesteres más urgentes. Pero por más que he buscado, no he encontrado referencias a dichos estudios por parte de las administraciones (y no digo que no los hayan hecho, si no que no están fácilmente disponibles). Estas en cambio han decidido rápidamente dedicarse a eliminar o al menos reducir la población de castores de marras, aduciendo, eso sí, los problemas ya causados en el Ebro y las características genéticas de los animales, y comunicando los numerosos y gravosos riesgos y problemas para el medio ambiente y el usuario de las riberas del Ebro que semejante acción puede acarrear. Parece que últimamente las capturas han bajado bastante. ¿Querrá esto decir que se ha amnistiado al animal?
Ni ibérico, ni nuestro… ni autóctono
La cosa puede ponerse aún más complicada y por añadidura ridícula para el gestor de fauna si a uno se le ha ocurrido dedicarse durante los últimos años a la cría del añorado cangrejo autóctono. Tras miles de cangrejos soltados en los ríos, cientos de miles de horas trabajadas con ahínco, y millones de euros gastados en repoblaciones y centros de cría, todo para salvar de la extinción a una de las especies más emblemáticas de nuestra (subrayando lo de nuestra) fauna, ahora van los científicos del CSIC y dicen… ¡que no es autóctono! O al menos eso afirman en este último capítulo de una serie en la que durante un año diferentes grupos de científicos que llevan tiempo estudiando la criatura se han dedicado a discutir sobre su carácter autóctono, manteniéndonos en vilo con afirmaciones en uno u otro sentido. Que por cierto, no contentos con decir que ya no tenemos cangrejo propio, nos dicen que hay que cambiarle el nombre (ahora se va a llamar cangrejo italiano), y que a ver qué hacemos con los dineros invertidos en programas de conservación, porque este bicho es, ni más ni menos, una especie introducida.
Uno se pregunta qué pasará ahora con los cangrejos “malos de la película”, los americano rojo y señal (mira tú por dónde estos sí los soltó el ICONA, a ver si al final…). O peor aún, ¿habrá que devolver el dinero a los multados por atreverse a pescar semejante joya de la naturaleza ibérica? Y, ya puestos a averiguar, les podemos preguntar a las administraciones de ciertas Comunidades Autónomas si se emplearán tan a fondo con el cangrejo italiano como con el castor belga…
A pesar de esta ironía, lo cierto es que la gestión de la fauna no es una tarea fácil ni muchísimo menos, y requiere de una enorme profesionalidad y conocimiento, pero sobre todo de una gran capacidad para escuchar a las diferentes partes interesadas antes de tomar decisiones de cualquier tipo. Existen numerosas legislaciones que dan herramientas al gestor, pero a la hora de la verdad la realidad social nos pone en nuestro sitio y cualquier actuación que hagamos puede generar polémica, incluso cuando más seguros estamos de hacer el bien para la biodiversidad y la sociedad. Guías como la publicada por la UICN para programar y gestionar reintroducciones suponen una enorme ayuda para el gestor, ya que se establece un estándar internacional aplicable a cualquier translocación de fauna, y que puede muy bien ser utilizada como base para, a la vez, reclamar profesionalidad a los gestores de fauna desde la sociedad, que al fin y al cabo es la que acaba conviviendo, sufriendo y disfrutando la fauna que es trasladada de un lado para otro.
Este complejo pero interesante asunto relacionado con la gestión y conservación de fauna es uno de los temas que tratamos en el curso Gestión y Conservación de Fauna del ISM, junto con aspectos como la gestión cinegética, la cría en cautividad de especies amenazadas o los programas de conservación de especies protegidas.
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