Acabamos de estrenar el año 2011 y ya hemos tenido el dudoso privilegio de admirar en primera persona la estampa que ofrece una atmósfera cansada y sin capacidad para dispersar las emisiones gaseosas que – sin protestar – recibe de forma ininterrumpida día tras día, todas las horas del año. Durante los primeros días de Febrero las descriptivas “boinas” y los cielos brumosos se han hecho visibles, casi tangibles, en muchas ciudades españolas, haciendo saltar todas las alarmas hasta hacer de la “contaminación atmosférica” un punto ineludible en la agenda de políticos, medios de comunicación, asociaciones ecologistas y, por supuesto, ciudadanos. Y yo me pregunto, ¿qué ocurre el resto del año? ¿Es necesario que una atmósfera densa y de visibilidad reducida se haga patente para que nos preocupemos por el aire que respiramos?
En las primeras semanas de Febrero una situación anticiclónica dominó la meteorología de prácticamente todo el país. Esta condición de altas presiones (que en nuestras latitudes se produce en muchas ocasiones a lo largo del año) puede establecer las bases para que la estabilidad atmosférica dificulte la formación de corrientes, y por lo tanto, el movimiento y renovación del aire que respiramos. Entonces, un sistema – el atmosférico – que hasta ese momento se mostraba capaz de recoger nuestras emisiones contaminantes y proporcionarnos aire de calidad, se colapsa, y pide tiempo muerto.
Entonces, las emisiones atmosféricas que en días “normales” no resultan tan perjudiciales, comienzan a acumularse en las capas más bajas de la atmósfera y, dependiendo del tipo y cantidad de focos emisores existentes en una región, el problema alcanza una mayor envergadura, y una repercusión mediática proporcional a la misma (los episodios de Madrid y Barcelona han resultado especialmente jugosos para políticos y medios de comunicación). Entonces, todos nos preocupamos.
La protección del medio ambiente atmosférico es una tarea compleja, porque atañe sin excepción a todos los sectores de la sociedad. Y aunque muchas veces resulta difícil encontrar referencias correctas entre los océanos de palabras y denuncias que se levantan cuando se produce uno de estos episodios de contaminación atmosférica, en nuestro país existe legislación (recientemente actualizada) que establece unos límites de inmisión que no deben ser superados con el objeto de garantizar la calidad del aire que respiramos.
Además de marcar límites horarios para las concentraciones en aire de las especies contaminantes más significativas, desde hace años la normativa obliga a la administración pública a disponer de redes de control de la calidad del aire, y a poner a disposición pública los registros obtenidos en las mediciones. Si echáramos un vistazo detenido a los datos que señalan las estaciones de buena parte del país, veríamos que – incluso en ausencia de las delatoras boinas – a lo largo del año se superan en muchas ocasiones varios de los límites establecidos en la norma. Las grandes ciudades tienen problemas con los óxidos de nitrógeno o el ozono. Otros núcleos de menor población los tienen con la materia particulada.
Tal y como recoge una de las voces más reconocidas de nuestro país en el ámbito atmosférico, la solución no es ni mucho menos sencilla, y en cualquier caso pasa por emitir menos. ¿Cómo lo conseguimos? ¿Menos coches? ¿Menos instalaciones industriales? ¿Mejores tecnologías y combustibles? Ardua tarea.
Y puesto que la salud y el medio ambiente nos van en ello, es deber de todos el arrimar el hombro. Es responsabilidad de todos – especialmente de los que guerreamos en el “sector medioambiental” – colaborar para que los medios de comunicación y las administraciones públicas informen correctamente de la calidad del aire que nos rodea. Es responsabilidad de todos el exigir a nuestros representantes que tomen medidas adecuadas para paliar los problemas, y ayudarles para que de verdad lo sean, participando en la toma de decisiones.
Y si algún día se nos prohibe circular con nuestro coche por la ciudad, o se nos anima a prescindir de los motores diésel, debemos comprender las motivaciones, y sobre todo, ser responsables para cumplirlo. Aunque duela.
¿Equivocado? Pues seguramente.
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