Tan imprevisto como sorpresivo nos han secuestrado el paisaje; tuvimos que dejar nuestras calles, los parques y el monte. Ya nadie disfruta de los bosques, del aroma de las flores, ya nadie aprecia las flores amarillas, blancas, rojas de las rotondas; ya nadie camina por las praderas ni los balones golpean los arbustos de las plazas. La verde y floreada alameda se funde en el horizonte de una playa desolada.

Calles grises se adueñan de los rincones de la ciudad; la melancolía impregna cada centímetro del anochecer con dolorosa amargura de la incertidumbre y de vez en cuando alguna persona cruza la calle medio escondida e insegura.

Miramos el paisaje desde nuestras terrazas y ventanas; nos acercamos cada mañana buscando un rayo de sol, una brisa o unas gotas de lluvia que golpeen nuestros rostros; a lo lejos escuchamos las palpitaciones del paisaje a través del canto de los pájaros que nos dicen que la naturaleza está ahí.

Nunca hemos sentido que tan vital es la naturaleza en nuestras vidas; la dureza del confinamiento nos muestra que la tranquilidad y frescura de la arboleda; del rio febril es un remanso para todos. Para tan complejas, dispares ciudades en que vivimos.

Ah si pudiera elegir mi paisaje
elegiría, robaría esta calle,
esta calle recién atardecida
en la que encarnizadamente revivo
y de la que sé con estricta nostalgia
el número y el nombre de sus setenta árboles
.

(Elegir mi paisaje, Mario Benedetti 1920-2009)

No es menos cierto, que más temprano que tarde recuperaremos la libertad y volveremos a recorrer nuestros paisajes y lugares comunes. Abrazándolos con ímpetu, alegría y, cierto, alivio después de la tormenta.

nos han robado el paisaje

Al retornar al paisaje, es insoslayable re-pensar los modos de relacionarnos con la naturaleza, hemos vivido en un paisaje afiebrado. Al cual con inusitada soberbia le hemos dado la espalda.

El destino de nuestros paisajes merece una amable mirada, reconociendo que no hemos sido en nuestro imaginario víctimas sino carcelarios de una naturaleza enferma. El paisaje maltratado, abandonado a su suerte, ha reclamado con dureza unos minutos de atención.

Nos ha citado a la hora de la verdad, sin sospechas de nuestra fragilidad, sin elección y duda posible; donde todos los pasos son inciertos el paisaje se muestra abierto, en silencio el seno de la naturaleza, hacia un cambio sin matices y, menos aun, sin vacilación de uno mismo.

«Si quieres cambiar el mundo, empieza por cambiar tú primero”.

(M. Ghandi, 1869 – 1948)

Después de todo, cerraremos las puertas del pasado aprendiendo que los paisajes tienen alma, las raíces del futuro se tejen en nuestras manos; anhelando no volver a estar encarcelados contemplando atardeceres desde la ventana; en donde todo se va borrando, todo desaparece en el follaje de los arboles.

Gonzalo de la Fuente Val es docente en el curso Paisaje e Intervención Ambiental del Instituto Superior del Medio Ambiente, en el que se facilitan herramientas que ayudan a poner en valor los espacios naturales y urbanos así como normativas e instrumentos legales de gestión, ordenación y protección del paisaje que permitan dar respuesta a la cada vez mayor demanda del mercado de profesionales con formación integral en este campo.