En la casa del pueblo de mis difuntos abuelos hay una mesa de roble de una sola pieza. Viene a ser de unos ochenta centímetros de ancha por dos metros de larga y con un grosor de siete centímetros aproximadamente. Según mi madre, que nació en 1939, la mesa ya estaba allí cuando ella vino al mundo. Allí sigue. Mis abuelos eran pobres, como todos, y esa mesa no era ningún privilegio. Recuerdo que a finales de los ochenta, y para asombro de mis pocos años, a mi abuelo le ofrecieron 250.000 pesetas por la mesa. Con buen criterio mi abuelo dijo que no. La mesa se quedo donde estaba, viendo morir generaciones y generaciones de muebles de IKEA.
Era en definitiva una mesa hecha por manos artesanas, hecha para cumplir y durar. Y manos así aún quedan. Tienen el privilegio, la carga y el orgullo de formar parte de todo el proceso de creación de su producto: desde el diseño y la selección de materiales hasta su venta y distribución. Si además se trata de un diseño único la dimensión es aún más honda, al comprarlo nos llevamos con nosotros el compromiso y el pundonor profesional de esas manos dirigidas por una conciencia en peligro de extinción. Al adquirirlo estamos apostando por una manera de estar en el mundo y con la que está cayendo, eso es todo un gesto de rebeldía.
Pues muy bien, muy bonito pero ¿qué tiene esto que ver con el medio ambiente?
Uno. Muchos de estos artesanos viven en el medio rural con lo que eso conlleva en políticas asociadas a niveles demográficos.
Dos. Son siempre gente con un compromiso muy fuerte por mantener el entorno que les rodea. No decidieron ir al pueblo o quedarse allí para ver como todo desaparece.
Tres. Su casa es su taller, no se desplazan para ir a trabajar ni necesitan de enormes instalaciones para desarrollar su actividad.
Cuatro. Los productos artesanos se compran, no se consumen. Están hechos para durar por lo que no hay nada de “comprar, usar, tirar” ni “obsolescencias programadas”. Al comprar artesanía no gastamos el dinero, lo invertimos en bienes necesarios y duraderos.
Venga, ahora el experto que calcule el impacto ambiental de la mesa de mi abuelo de más de ochenta años o el de mi mochila de cuero que ya lleva veinte años pegada a mi espalda. El resultado dirá que la artesanía es infinitamente más rentable y sostenible que cualquier sistema de producción industrial.
Y yo todo esto lo se porque me lo enseñó mi amiga Natalia Miguel artesana de cuero y talladora de piedra (si, es mujer y si, estudió cantería). Así que a ella le debo poder comprender todo esto al dejar que me asome a su mundo donde mi admiración crece y crece por un espíritu inquebrantable.
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