Hace unos días leí este artículo que hablaba del incremento de la cantidad de residuos generados como consecuencia de la Covid 19. En él me llamó la atención el primer párrafo:
A pesar de que a millones de personas se les dijo que usaran mascarillas, se les dio poca orientación sobre cómo deshacerse de ellas o reciclarlas de forma segura. Sin unas mejores prácticas de eliminación, se avecina un desastre medioambiental.
Realmente me llamó la atención porque las mascarillas se han convertido en parte de nuestra vida y, aunque esperemos que poco a poco podamos ir dejando de necesitarlas, aún nos queda tiempo de uso. Esto me hizo pensar en este y otros muchos objetos que empleamos en nuestra vida diaria y que en muchas ocasiones desconocemos bien qué hacer con ellos.
En el artículo se indica que la exigencia del uso de estos productos (en este caso la mascarilla, fundamental para evitar contagios) debería ir acompañada de campañas de educación para limitar su liberación en el medio ambiente.
Por supuesto estoy de acuerdo con esta afirmación, tanto a nivel particular con el caso de las mascarillas, como a nivel general. Todo producto u objeto que se convierte en residuo, el usuario debería tener claro cómo deshacerse de él de manera adecuada y segura. El productor debería garantizar que el usuario conoce este paso.
Pero mi reflexión va más allá, y también en términos generales, no sólo en relación a este residuo concreto del artículo. Es imprescindible que los Estados desarrollen legislación relacionada sobre cómo deberían gestionarse los residuos, pero además se debe prestar especial atención al tan demandado concepto en estos últimos años de economía circular y en el que se está trabajando tanto.
La economía circular supone reutilizar, reparar, renovar y reciclar materiales y productos existentes todas las veces que sea posible para, de esta manera extender el ciclo de vida de los productos. Fundamental pues es el concepto del ecodiseño con el que se pretende conseguir un mejor diseño de los productos para facilitar su reciclado y contribuir a que sean más duraderos.
Igualmente, debería tenerse en cuenta a la hora de diseñar un producto no solo la calidad, la operatividad y utilidad del mismo o el precio, sino también los impactos ambientales en las diferentes fases de su ciclo de vida, desde la producción hasta la eliminación del mismo.
Así, en lo que a residuos nos referimos, al pensar en economía circular, nos proponemos reducir los residuos al mínimo. Es decir, que los productos estén diseñados para que cuando lleguen al final de su vida, sus materiales se mantengan dentro de la economía siempre que sea posible, es decir que puedan ser utilizados una y otra vez, creando así un valor adicional.
Por todo esto, creo imprescindible que avancemos hacia una economía más circular, que fomente un desarrollo económico sostenible y que permita la transformación de los residuos en recursos.
María Álvarez es docente en el ISM de los cursos Gestión de Residuos Urbanos y Especialista en Gestión de Residuos
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