A pesar de su indudable éxito, el concepto Trastorno por Déficit de Naturaleza (ver post anterior) , acuñado por Richard Louv, en 2005, no está exento de cierta polémica.
Por un lado, en cierta medida, se critica que no es un concepto totalmente nuevo. Este es un hecho que el propio Louv admite, reconociendo que, realmente, no hay nada nuevo en su mensaje y que, antes que él, muchas personas pioneras del mundo de la docencia, la investigación o la literatura, han trabajado en favorecer la conexión de los niños y niñas con la naturaleza, poniendo las bases de este movimiento.
El antecedente, quizás, más directo es el concepto de Extinción de la Experiencia, que Robert Pyle, planteó en 1993, refiriéndose a la creciente desafección de la naturaleza y sus consecuencias, tanto sobre nuestro desarrollo y salud como sobre nuestra implicación, provocando una mayor apatía sobre la problemática ambiental. Pero ha habido anteriormente muchas otras figuras destacadas que pusieron los cimientos. En la década de los 60, David Sobel, planteaba la importancia de ofrecer experiencias transcendentales en la naturaleza, frente a la transmisión de un excesivo pesimismo ecológico, generador de ecofobia. Y, Rachel Carson, reivindicaba la necesidad de despertar en los niños y niñas el sentido del asombro ante la naturaleza. Mucho antes, el Nature Study Movement, con su mantra «aprende en la naturaleza, no en los libros», promovió el estudio fuera del aula.
En nuestro país, el referente más destacado es la Institución Libre de Enseñanza, además de figuras como Rosa Sensat, Margarita Comas, Enrique Rioja, Celia Viñas, etc. Incluso, podemos encontrar una versión literaria, el Síndrome Heide, en la novela homónima que Johanna Spyri escribió en 1880.
Además, ha recibido también otro tipo de críticas, de algunos sectores de la educación ambiental, que tienen que ver con el desvío de la atención que puede provocar, respecto a otros problemas más acuciantes. En el sentido de que, si se focaliza la educación ambiental en salidas de escolares al campo, por ejemplo, se relegan a un segundo plano o, directamente, no se hacen programas de educación ambiental, críticos con las bases del actual sistema socioeconómico. En definitiva, promover el contacto con la naturaleza, como exclusivo objeto de la educación ambiental, sería mucho más asumible desde cualquier institución. ¿Quién no querría ofrecer fotos de niños y niñas rodeados de naturaleza en su resumen anual de compromiso medioambiental?
Más allá de estas opiniones, que podemos compartir o no, hay que reconocer los grandes avances que ha supuesto. Para empezar, ha conseguido generar un amplio debate en la sociedad sobre la falta de conexión entre los seres humanos y el resto de la naturaleza. En relativamente poco tiempo, ha puesto en primera línea la problemática del alejamiento de la naturaleza de nuestro modelo de vida y ha conseguido introducirse en nuestro vocabulario, evocando inequívocamente lo que quiere evidenciar.
Pero, además, ha conseguido calar, de una manera u otra, en diferentes disciplinas. Así, aunque, como reconocería Louv posteriormente, «no pretendía ser un término médico, sino una manera de describir la distancia creciente que separa a los niños de la naturaleza» (Louv, R., 2012); a nivel sanitario, cada vez más en más países, se apoyan las tesis de fondo que postula. Por poner un ejemplo, el Comité de Salud Medioambiental de la Asociación Española de Pediatría, lo incluye entre sus frentes, al constatar el gran tiempo que pasa la infancia en espacios cerrados, conectada a la realidad virtual. En condiciones normales (precoronavirus), los estudios realizados en nuestro país indican que los niños y niñas de cuatro a doce años, pasan más de 20 horas al día en espacios cerrados y casi 1000 horas al año, delante de pantallas (de cualquier tipo). Solo uno de cada cuatro juega al aire libre cada día y, aún menos en las ciudades. Por esto, la Asociación Española de Pediatría, plantea fomentar el vínculo de las familias con la naturaleza, en las consultas, «recetando naturaleza». El coordinador José Antonio Ortega, declara que «salud, enfermedad y medioambiente son un trinomio indisoluble. Las medidas que favorecen la salud, son buenas también para proteger el planeta; y al revés». (Asociación Española de Pediatría, 2017).
Desde otras disciplinas, como la psicología ambiental, numerosos estudios e investigaciones han demostrado los beneficios del contacto directo con la naturaleza: favorece el desarrollo neurocognitivo, reduce los problemas de conducta, procura mayor bienestar mental, aumenta la capacidad de reflexión y concentración, reduce la fatiga atencional y ayuda a mantener la capacidad de atención. Igualmente, la naturaleza cercana (presencia en el entorno de la casa, el barrio o la escuela), tiene un efecto restaurador frente a eventos estresantes o traumáticos y ante la fatiga mental, favoreciendo la autoestima, la capacidad para afrontar situaciones negativas y, en casos de TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), se disminuyen los síntomas al realizar actividades en zonas verdes. Además, la psicología ambiental también ha constatado que el vínculo afectivo con la naturaleza es uno de los factores fundamentales que favorecen el compromiso ambiental. Se concluye que las variables que motivan el comportamiento proambiental son complejas, no bastando con el conocimiento de los problemas ambientales. Según los estudios realizados, con personas comprometidas con la defensa del medioambiente, los dos factores principales que han conducido a su alto nivel de implicación son: las experiencias positivas en áreas naturales durante la infancia y la influencia de modelos a seguir, como familiares, docentes o iguales. (Collado, S. y Corraliza, J. A., 2011 y 2019).
Desde el punto de vista educativo, también múltiples estudios demuestran que la naturaleza mejora el aprendizaje, por un lado, por los efectos directos en el estado del alumnado, favoreciendo más atención, menos estrés, mejora de la autodisciplina, más autocontrol, mayor motivación, disfrute e interés y mejora de la forma física. Por otro lado, supone un entorno más favorable para el aprendizaje, porque ofrece más tranquilidad y calma, favorece relaciones más cooperativas y prosociales, promueve la autonomía, creatividad y formas más beneficiosas de juego. Además, ofrece beneficios para el desarrollo personal, fomentando habilidades y cualidades que ayudarán al desempeño de la vida adulta, como la perseverancia, el pensamiento crítico, el trabajo en equipo, la resiliencia, etc. (Kuo, M., Barnes, M. y Jordan, C., 2019).
Aunque, todavía sin datos totalmente concluyentes, las investigaciones iniciadas desde la fisiología y la neurociencia, ofrecen resultados que van avalando estas tesis. Lo que no está claro todavía es gran parte de los mecanismos fisiológicos, que explicarían los efectos encontrados. Esta es la tarea de las numerosísimas líneas de investigación abiertas en distintos países. Los estudios con más trayectoria son los realizados en el marco de los denominados Baños De Bosque, en Japón, en donde la Medicina Forestal es una subespecialidad del sistema público de salud. De momento, se ha observado que la exposición a espacios forestales produce un refuerzo del sistema inmunitario, una mayor relajación del cuerpo por incremento de la actividad del sistema nervioso parasimpático y menos tensión por reducción de la actividad del sistema nervioso simpático, menor estrés y sensación de bienestar fisiológico, observándose una disminución de actividad en la parte del cerebro dedicada a las funciones ejecutivas y aumento de la actividad en otras partes del cerebro relacionadas con el placer, emoción y empatía; así como una bajada del nivel de cortisol en la saliva, que es un indicador de estrés. (Miyazaki, Y., 2018).
En definitiva, todo este cuerpo creciente de estudios está demostrando los beneficios del contacto con la naturaleza y que, más allá de una moda pasajera, es una verdadera necesidad para nuestra especie. Por lo que, como reflexiona Louv: «La ciencia no tiene todas las respuestas, pero sabemos que el contacto con la naturaleza, incluso limitado, puede aliviar los efectos del trastorno por déficit de atención y puede ayudar a contrarrestar los efectos del estrés tóxico. Así, los estudios que correlacionan estos efectos beneficiosos se han multiplicado rápidamente. Necesitamos investigar más, pero como dice Howard Frumkin, decano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Washington: “Sabemos lo suficiente como para actuar”». (Richard Louv, en Cornell, J., 2018).
Referencias
Asociación Española De Pediatría (2017). La salud medioambiental pediátrica, objetivo prioritario del siglo XXI [Comunicado de Prensa]. Extraído el 27/04/20, de https://www.aeped.es/sites/default/files/np_salud_medioambiental_aep_30112017.pdf
Collado, S. y Corraliza, J. A. (2016). Conciencia ecológica y bienestar en la infancia. Efectos de la relación con la Naturaleza. Madrid: CCS, colección CAMPUS.
Cornell, J. (2018). Compartir la naturaleza. Juegos y actividades para reconectar con la naturaleza. Para todas las edades. Sevilla: La Traviesa Ediciones.
Corraliza, J.A. y Collado, S. (2019). Conciencia ecológica y experiencia ambiental en la infancia. Papeles del Psicólogo / Psychologist Papers, 2019 Vol. 40(3), pp. 190-196. Extraído el 27/04/20, de: https://doi.org/10.23923/pap.psicol2019.2896
Kuo, M., Barnes, M. y Jordan, C. (2019). Do Experiences With Nature Promote Learning? Converging Evidence of a Cause-and-Effect Relationship. Frontiers in Psychology (10) (pp. 305). Extraído el 27/04/2020, de https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fpsyg.2019.00305/full
Louv, R. (2012). Volver a la naturaleza. Barcelona: RBA Libros.
Louv, R. (2018). Los últimos niños en el bosque. Madrid: Capitán Swing.
Weilbacher, M., (Tr. Pérez, S.) (2010): El último niño de los bosques, El primer libro en este campo. Extraído el 27/04/20, de: https://greenteacher.com/article%20files/elultimoninodelosbosques.pdf
Miyazaki, Y. (2018). Shinrin-yoku. Baños curativos de bosque. La terapia japonesa para promover la salud, la relajación y fortalecer el sistema inmunitario. Barcelona: Blume.
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