En diciembre de 2004 las costas de Somalia se vieron afectadas por un tsunami. No hace falta explicar lo que algo así puede suponer para un país roto por la guerra. Pero por si fuera poco tras la tormenta lejos de llegar la calma cundió aún más la alarma. En las playas aparecieron unos cuarenta barriles de considerable tamaño. Algunos de ellos estaban rotos y su contenido se estaba vertiendo a la playa. Con el tiempo se sabría que su contenido era tóxico. Lo que aún no se sabe es porque siguen allí. Sobre su origen existen muchas dudas. La periodista italiana Ilaria Alpi, destacada en Somalia en aquel momento, comenzó a investigar el origen de los barriles. Todo señalaba hacia empresas italianas. Pero no le dio tiempo a terminar su investigación, murió asesinada.
Las pocas investigaciones que se realizaron llevaron a Ahmedou Ould-Abdallah, el enviado de Naciones Unidas a Somalia a declarar: “Alguien está vertiendo material nuclear aquí. También hay plomo, y materiales pesados, tales como cadmio y mercurio – o sea, de todo. Ni se ha limpiado, ni ha habido compensación ni prevención.”
¿Qué supone esto para un pueblo ya de por si en situación frágil y con una considerable dependencia de la pesca? Teniendo en cuanta la precariedad del sistema sanitario somalí ¿cómo hacer frente al incremento del cáncer infantil, las malformaciones en el aparato urinario de los recién nacidos o a las diarreas e infecciones cutáneas de las personas que se sumergen en el agua de las playas con barriles? ¿De qué puede vivir un pueblo cuya principal fuente de alimentación e ingresos se ha convertido en un lodazal tóxico?
Si en uno de mis post hablaba sobre el desastre ambiental provocado por el conflicto en el este de la República Democrática del Congo, aquí toca ver como, la ilegalidad en la gestión de residuos ha provocado un desastre ambiental cuyo resultado ha sido la aparición de la piratería. No pretendo justificar nada con esto simplemente explicar que, como suele pasar, las cosas no ocurren porque si. Pero las cosas no acaban aquí. Las aguas de Somalia no está protegidas y eso permite que cada año atún, gambas y langosta por más de 300 millones dólares se pesquen si regulación, sin supervisión y sin tener en cuenta las necesidades del país ni la sostenibilidad. Ante semejante situación los señores de la guerra que llevan años destrozando Somalia han encontrado entre los pescadores arruinados un foco de desesperación perfecto para organizar abordajes piratas e intentar obtener rescates más que considerables.
La relación e interdependencia entre el medio ambiente y la viabilidad de nuestra sociedad es evidente, la sostenibilidad, la conservación y la gestión responsable lejos de ser un capricho son una urgencia. Casos como el de Somalia son de una evidencia clarificadora e incontestable.
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