Hace algunas semanas me crucé con una de esas listas tipo top ten que resultan preocupantes para los sentidos. Se trataba de una gran selección de algo así como “los lugares más contaminados del mundo”. Al margen de lo discutible que puedan resultar los criterios de selección empleados en este tipo de listados, o de las bondades (más bien maldades) que puedan reflejar las fotografías elegidas, hay una cosa que resulta innegable: todo es cuestión de recursos.
Explico lo indudable. Si tienes recursos (normalmente económicos) en abundancia, puedes permitirte pensar en el medio ambiente que te rodea. Si no los tienes – o si el propósito es tener más – difícilmente te preocuparás por aspectos tan intangibles como el aire o la conservación de especies (animales o vegetales) de “escaso” valor económico.
Obvio. Si tienes hambre, buscas alimento. Si tienes frío, buscas abrigo y combustible. Si las autoridades de tu país “fomentan” políticas de máximo rendimiento (o si carecen de recursos para controlar sus propuestas), buscas resultados inmediatos. Es cuestión de supervivencia. Instinto primario. Eso convierte en comprensibles muchas de las imágenes que resultan elegidas en este tipo de “ranking”.
A partir de ahí, podríamos discutir si la disponibilidad de recursos naturales en un territorio es sinónimo de recursos económicos para sus habitantes… si resulta moralmente aceptable exigirle a un país que se encuentra en pleno crecimiento que se desarrolle de una forma más lenta y sostenible (aunque sus predecesores no lo hicieran en su día)… o si las fronteras políticas de medio mundo fueron definidas (por la otra mitad) de una forma interesada y poco responsable… y lo único que sacaríamos en claro es que el medio ambiente depende tanto del contexto geopolítico en que se enmarque, como lo hacen nuestros valores y nuestro bienestar. Todo depende de los recursos que tengas al alcance.
Por eso, en este mundo de información cada vez más global y desmedida, los que disfrutamos del privilegio de la abundancia tenemos la obligación de ser críticos con los comportamientos que nos rodean, exigiendo a cada cual que cumpla con las responsabilidades que les son propias por cargo (administración pública), o por recursos (grandes empresas).
Esto debe hacernos capaces de reconocer los milagros diarios que, supongo que por cotidianos, muchas veces se suceden a nuestro alrededor sin la atención que merecen – como por ejemplo, el disponer de un sistema diario de recogida selectiva de residuos en una ciudad como Madrid -, o de apreciar los pequeños detalles que, aunque parezcan cuestión de imagen, no dejan se representar mejoras ambientales significativas.
Y también debe servirnos para saber que, aunque en esto del medio ambiente lo que prima es el término “pionero”, muchas veces debemos aplicar un factor de escala, para ponerlo en un contexto realista. Porque al final, todo es cuestión de recursos. Bueno, casi todo.
En fin.
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