Como expertos, o iniciados en la ordenación y/o planificación territorial, estamos siempre enfrentados a la búsqueda incesante del aquel método lo más idóneo posible que nos permita ser objetivo para caracterizar y evaluar la calidad de un paisaje con respecto a otro. Y, a su vez, sea un enfoque integrador que permita recoger y ponderar las dimensiones socioeconómicas, ecológicas y estéticas a la hora de tomar decisiones.
Gran parte de la literatura nos ofrece metodologías que están, en mayor o menor medida, pensadas en medir su valor basado en las cualidades y dimensiones físicas del paisaje soslayando la percepción que tienen los ciudadanos de su propio entorno, su mayor o menor identificación con el mismo, las formas simbólicas del espacio.
Olvidando, que la calidad del paisaje es un “proceso de participación, dialogo, negociación y de expectativas, en donde los ciudadanos muestran su aspiración hacía un entorno físico atractivo, limpio, afable y estéticamente armonioso que genere bienestar y mejore su calidad de vida”.
Es preciso resaltar que el término valor es, por un lado, objetivo y cuantificable para el paisaje y sus elementos, la singularidad de un ecosistema y su valor económico; por otro lado, el valor es también subjetivo por las cualidades observadas, que representan para los diferentes individuos o grupos sociales un valor también natural, urbano, económico y estético.
Por lo cual, es deseable incrementar nuestra capacidad de valorar las cualidades observadas del paisaje en tanto agradan y/o satisfacen o no las expectativas de las personas. Con el fin de aumentar las sensaciones y sensibilidad hacia el entorno por sus habitantes.
Aumentar el nivel de sensaciones hacia el paisaje nos acerca al concepto de calidad sensible de Kevin Lynch*. La calidad sensible se entiende como el “conjunto de propiedades simbólicas, perceptivas, cognoscitivas, así como de otras características similares, que un grupo dado considera deseable … como un grupo dado ve y valora el mundo en que vive y como esta visión y estos valores afectan su acción” profundizando el sentido de pertenencia de las personas con su entorno.
La premisa según la cual intervenir sobre el paisaje de acuerdo a la calidad percibida por sus habitantes, se puede lograr a través de recorrer pausadamente un paisaje, dialogando con la gente; dejando que las personas hablen de sus lugares y valores atribuidos, haciendo un registro meditado de lo que se aprecia; estableciendo relaciones estructurales, visuales; funcionales; tratando de comprender el carácter y las señas de identidad de un paisaje; etc.
En el curso Paisaje e Intervención Ambiental del Instituto Superior del Medio Ambiente veremos en detalle herramientas para valorar la calidad visual del paisaje así como la normativa e instrumentos legales que se le aplican como las herramientas de gestión, ordenación y protección que permitan dar respuesta a la cada vez mayor demanda del mercado de profesionales con formación integral en este campo.
Pero, sobre todo, ofrecer un marco de referencia teórico y práctico que ayude a leer el paisaje, interpretando sus cualidades sensibles, reflexionando que opciones son las más idóneas e investigando novedades y aportando vuestras propias soluciones meditadas, razonadas y publicadas…
*Lynch, Kevin. (1992). Administración del paisaje. España: Grupo Editorial Norma.
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