Cuando elegimos ser ambientólogos y comenzamos nuestra etapa formativa, muchos tenemos la expectativa de, en algún momento, colaborar o trabajar en el sector de las asociaciones y las fundaciones sin ánimo de lucro, con el fin de poner nuestro granito de arena para la protección de la naturaleza desde uno de los flancos que percibimos más estratégicos.
En España, durante mi etapa universitaria, había realizado colaboraciones puntuales en reforestaciones y censos con algunas asociaciones pero no llegué a integrarme de forma más sólida. Cuando viajé a Ecuador tenía la expectativa de intentar dar un paso más, colaborar de forma más intensa y aprender más de la gestión de la naturaleza en un ‘punto caliente’ de la biodiversidad.
A mi llegada a Ecuador contacté con algunas de las posibles asociaciones que contaban con proyectos realmente interesantes de conservación. Desgraciadamente, como parte de la colaboración, aparte del trabajo voluntario solicitaban algunas aportaciones que en mi precaria situación inicial en mi nuevo país de acogida no podía permitirme. Es una circunstancia habitual ya que son organizaciones que, obviamente, necesitan fondos para llevar a cabo sus actividades. Un recurso que utilizan es el aporte de los trabajadores voluntarios, muchos de ellos llegados del extranjero, principalmente de Estados Unidos o de países europeos.
Tal vez no busqué lo suficiente o no llegué a encontrar el organismo que más se adecuase a mis recursos y objetivos pero, necesitado de ingresos que consolidasen mi etapa inicial en Ecuador, intensifiqué la búsqueda en el ámbito privado donde finalmente encontré trabajo en el sector de la consultoría ambiental. Como se suele decir: donde se cierra una puerta se abre una ventana. Y desde esa ventana se abrió un abanico de oportunidades y experiencias desde donde puede asentarme y conocer Ecuador en profundidad, tanto desde el punto de vista laboral como personal. Llegado el momento, me convertí en socio fundador de una nueva asociación. ¡Pero esa es otra historia!
No quiero decir que sea ésta la norma general, ni mucho menos que no se pueda trabajar para asociaciones en el extranjero y sobrevivir en el intento. Sin ir más lejos, tuve la oportunidad de conocer a otros españoles que sí habían encontrado un hueco en ese mundo. A veces, simplemente, la vida te lleva por otro camino.
Sin embargo, desde mi actividad profesional en consultoría tuve la oportunidad de conocer de cerca el trabajo de las fundaciones especializadas en restauración ambiental. Este tipo de fundaciones son grandes aliados a la hora de aplicar las medidas compensatorias inevitables tras la ejecución de un proyecto, sea este de obra civil o de cualquier otra índole.
Las fundaciones de restauración de ecosistemas, principalmente las de escala local o regional, están especializadas para un hábitat en particular y disponen de una red de profesionales y trabajadores locales con conocimientos y metodologías de trabajo que resultan fundamentales la hora de ejecutar con éxito esas medidas de compensación.
Ángel Collado Granero, ambientólogo y docente del ISM, continúa con este post con la serie «Ser Ambientólogo en Latinoamérica». En su próxima publicación hablará del ejemplo que más me marcó: la Fundación CALISUR.
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