Daniel García y Daniel Martínez, investigadores del departamento de Biología de Organismos y Sistemas de la Universidad de Oviedo y de la Unidad Mixta de Investigación en Biodiversidad, han demostrado que, cuanto más variado sea el gremio de especies consumidoras de frutos, mayor es la calidad de su función en el ecosistema, en este caso la dispersión de semillas.
“Una mayor calidad de la dispersión de semillas implica que las aves las depositan más frecuentemente fuera del bosque, lo que favorece la recuperación de zonas deforestadas”, explica García. Pero además, matiza el investigador, también se ven favorecidos los servicios que el ecosistema, en este caso el bosque, presta al ser humano, porque la regeneración natural del bosque también depende de la dispersión de semillas.
El investigador resume así uno de los resultados que ha publicado recientemente la revista científica Proceedings of the Royal Society B: “Es muchísimo más útil para recuperar el ecosistema forestal tener un ensamble de aves frugívoras con cinco especies diferentes que tener la misma cantidad de aves pero de una sola especie”, destaca el investigador. Esto es así, explica, debido al comportamiento diverso de cada una de las especies, que aumentará la variedad de localizaciones donde se depositan las semillas y que, por tanto, ayudará al bosque no sólo a renovarse, sino también a colonizar nuevas áreas.
Aves prudentes, aves exploradoras
“Mientras algunas aves permanecerán dentro del bosque y desempeñarán ahí la función de regeneración o renovación del ecosistema, habrá otras con un comportamiento diferente, que vencerán el miedo a ser devoradas que les produce alejarse del refugio del bosque y se lanzarán a un claro o a un prado a comer los frutos de un árbol aislado, aun bajo el riesgo de sufrir el ataque de aves rapaces durante el trayecto”, afirma Daniel García.
Precisamente la actitud de las aves más arriesgadas llevará a zonas deforestadas las semillas de su última comida en el interior del bosque. Pero para ello, señalan los investigadores, estas aves necesitan una “tentación” que ofrezca buenos frutos: “Suele ser un árbol, habitualmente un espino, o grupo de árboles en medio de una zona deforestada”, explica Daniel García, que se refiere a estas “islas” de vegetación como “legados biológicos, una herencia o remanente del ecosistema original, que recuperan las funciones del bosque activando la memoria ecológica”.
Daniel García utiliza los conceptos de legado biológico y memoria ecológica como un ejemplo de la aplicabilidad general que tienen trabajos de este tipo: “Nos centramos en estudiar una zona que sufre una marcada deforestación resultado de la actividad humana como es Peña Mayor, en Asturias, pero en ella los procesos ecológicos se rigen por principios aplicables a muchos otros ecosistemas. De hecho, mi primer contacto con la idea de la memoria ecológica fue a través de un trabajo de otros investigadores sobre arrecifes de coral. Y, de la misma forma, las observaciones de las relaciones que se establecen entre los miembros de este ecosistema serán extrapolables a otros”.
Árboles aislados y bosque parecen confabularse
A lo largo de los 10 años de estudio de este ecosistema, los investigadores han observado un comportamiento en los árboles que se repite cada cierto tiempo. “Hay algunos años en que grupitos pequeños de árboles que quedan en zonas deforestadas son capaces de ofrecer una cosecha de frutos superior a la habitual, coincidiendo con años en que hay menor producción de frutos en el bosque”, señala Daniel García. Es entonces, explica el biólogo, cuando las aves vencen más frecuentemente el miedo a salir del bosque y dispersan más semillas procedentes de la masa forestal hacia las zonas degradadas.
Pero ¿qué mecanismos pueden estar detrás de esa suerte de coordinación entre árboles del bosque y árboles aislados? “Aún no sabemos muy bien qué hace variar la producción de cada especie, pero estos eventos de baja producción en el bosque y alta producción fuera del bosque no sólo coinciden, sino que se repiten en el tiempo, aunque no parece que sigan una periodicidad muy marcada”, destaca el investigador.
Por tanto, concluye García, la resiliencia del ecosistema forestal, es decir: su capacidad de recuperarse frente a las alteraciones, depende del comportamiento de todo el conjunto de especies implicadas en la función de dispersar las semillas del bosque. Y ello incluye el comportamiento de los árboles, a través de sus diferencias de producción, y de las aves, a través de su capacidad de rastrear frutos a escala de paisaje.
Los estudios que han llevado a los investigadores a estas conclusiones se han publicado a través de dos artículos complementarios, recogidos en las revistas Proceedings of the Royal Society B y Ecography. El trabajo publicado en esta última ha contado con la colaboración de José M. Herrera, investigador de la Universidad de Oviedo y de la UMI en Biodiversidad y de Juan M. Morales, del laboratorio Ecotono de la Universidad Nacional del Comahue en Argentina.
“Si lo que interesa es conservar un ecosistema y todos los servicios que puede prestar, es esencial que las funciones que lo mantienen se conserven también. Las especies que viven en un territorio y las relaciones entre ellas forman lo que podemos asimilar, respectivamente, al esqueleto y la musculatura de un bailarín, mientras que las funciones que realizan son la danza interpretada y el territorio es el escenario”, explica Daniel García.
Referencias bibliográficas:
García, Daniel; Martínez, Daniel. “Species richness matters for the quality of ecosystem services: a test using seed dispersal by frugivorous birds” Proceedings of the Royal Society B .Doi: 10.1098/rspb.2012.0175
García, Daniel; Martínez, Daniel; Herrera, J. M.; Morales J. M. “Functional heterogeneity in a plant-frugivore assemblage enhances seed dispersal resilience to habitat loss” Ecography. Doi: 10.1111/j.1600-0587.2012.07519.x
Fuente: http://www.agenciasinc.es
Deja tu comentario