La carrera internacional por reducir el carbono en la atmósfera, causante del efecto invernadero, ha convertido a los suelos agrícolas y forestales en una especie de “salvadores del planeta” y objeto de especial cuidado por parte de las administraciones que ven en ellos una vía segura para cumplir con las cuotas de emisión acordadas para cada país. Si las actividades industriales son la principal fuente del incremento del CO2 en la atmósfera, los suelos pueden constituir un sumidero de carbono, en un intento de reducir el calentamiento global.

La UE, como otros muchos países y áreas del planeta, tiene una clara política de atención a los suelos como herramienta para la acumulación y fijación de carbono. De hecho los suelos constituyen la mayor reserva de carbono del planeta, por encima de la atmósfera y de la vegetación. Ante este escenario, una buena cuantificación de los stocks de carbono orgánico en el suelo (S-COS) resulta imprescindible. Actualmente, se emplean en el mundo dos metodologías diferentes para realizar esas medidas. La primera tiene en cuenta los diferentes horizontes genéticos del suelo, es decir, la estratificación natural de los mismos en los que los niveles se han ido construyendo de manera natural. La segunda se realiza mediante el estudio de secciones de control del suelo a diferentes profundidades, sin que exista una  uniformidad de criterio en la profundidad de estas secciones.

Esa variabilidad de métodos a la hora de medir lleva a resultados contradictorios en un mismo suelo. Para Luis Parras-Alcántara y para Beatriz Lozano-García, doctores e investigadores del Departamento de Química Agrícola y Edafología de la Universidad de Córdoba, “los estudios basados en el análisis de las secciones de control del suelo tiende a sobredimensionar los niveles de stocks de carbono en el suelo, lo que podría estar afectando de alguna forma a las cuotas de emisión autorizadas por los distintos países firmantes del Protocolo de Kyoto”.Esta es una de las conclusiones fruto de 13 años de experimentación y medida de carbono orgánico en el suelo y expuestas en una veintena de artículos científicos publicados entre 2013 y 2016, firmados por Parras-Alcántara y Lozano-García junto a algunos de sus colaboradores de otras universidades españolas, americanas y británicas. Resultados similares han sido obtenidos en algunos centros científicos como en el Carbon Management and Sequestration Center (C-MASC) que dirige el profesor Rattan Lal, de la Universidad de Ohio.

Manejo agrícola

En el último artículo publicado por Parras-Alcántara y Lozano-García en la Revista Catena, especializada en geoecología, insisten en la necesidad de realizar los estudios de suelo a partir de perfiles completos mediante el estudio de horizontes genéticos. En ese trabajo, se comparan los stocks de carbono bajo diferentes usos y manejos agrícolas en cultivos de olivar. Concretamente Parras-Alcántara y Lozano-García analizan en olivar de secano el efecto en el suelo de la aplicación de residuos de almazara (alpeorujo y hojas de olivo producto de la limpieza de la aceituna) y restos de poda y cubiertas vegetales.En sus conclusiones, los investigadores de la Universidad de Córdoba insisten en la necesidad de estudiar los suelos tanto mediante el análisis de horizontes genéticos con el fin de no sobredimensionar los stocks de carbono en el suelo como de manera íntegra, es decir, analizando todos los horizontes del suelo, “ya que es en los más profundos donde pueden acumularse grandes cantidades de carbono, además de producirse una estabilización del mismo, y por tanto, donde tenemos más garantías de que el suelo se convierta en sumidero de carbono, mediante el “secuestro de carbono”, aclaran los investigadores.

En ese estudio concreto y usando índices de calidad del suelo (estratificación del carbono y del nitrógeno), los investigadores de la Universidad de Córdoba han comprobado que los suelos de olivar que mantienen cubiertas vegetales junto con restos de poda sin laboreo son los que consiguen una mayor estratificación del carbono en profundidad, es decir, estos suelos pueden constituir un almacén de carbono orgánico más eficaz, ya que son capaces de fijar ese carbono a mayor profundidad. Frente a esa forma de manejar el suelo del olivar, los investigadores han comprobado que el laboreo convencional con la adición de residuos como el alpeorujo como nutriente extra, no consigue una eficacia destacable en lo que a captación de carbono se refiere. Mientras que el uso de restos de las hojas desechadas en la recolección de la aceituna consiguen un nivel alto de retención del carbono, aunque de forma más inestable que el que combina las cubiertas vegetales con el uso de los restos de poda.

M.L. Fernández-Romero, L. Parras-Alcántara, B. Lozano-García, J.M. Clark, C.D. Collins. ‘Soil quality assessment based on carbon stratification index in different olive grove management practices in Mediterranean areas’. CATENA. Volume 137, February 2016, Pages 449–458

Fuente: http://www.uco.es/