Algunos embalses de España están llenos, pero no de agua. El de Cordobilla, en la cuenca del Guadalquivir, por ejemplo, solo tiene 0,5 hectómetros cúbicos del líquido elemento (el 1,5% de su capacidad), el resto, hasta 34 hectómetros cúbicos, es barro. Es un caso extremo, pero no único: Doña Aldonza y Pedro Martín, también en la misma cuenca, han agotado su vida útil y tienen el 97,5% y el 94,1% de su capacidad ocupada por sedimentos. Ya no son pantanos, sino lodazales que han llegado a formar hasta islas donde crece la vegetación.
En el caso de pantanos más grandes, un porcentaje de colmatación (proceso por el que los sedimentos arrastrados por el agua rellenan el embalse) moderado puede significar muchísima agua; Mequinenza, en el curso del Ebro, podría haber mermado su capacidad, según algunos estudios, en un 13%, lo que significa la nada desdeñable cifra de 200 hectómetros cúbicos de agua, o lo que es lo mismo, el consumo de Madrid durante cuatro meses.
El Libro Blanco del Agua en España recoge que las pérdidas de volumen por sedimentación son del 0,16% anual, siendo la más afectada la cuenca Norte II (0,56%) y la que menos, la del Tajo (0,07%). Pero los datos que maneja contemplan solo 110 de los más de 1.300 embalses existentes.
La falta de datos es uno de los obstáculos para conocer bien la situación que afecta, en mayor o menor medida, a todos los pantanos y que depende del nivel de erosión del suelo y de la antigüedad de la presa. Es un proceso imparable, pero controlable y para ello el conocimiento del estado del fondo es imprescindible.
Según el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, «la sedimentación no se ha considerado en España un problema alarmante, aunque no es desdeñable». Por ejemplo, según el Canal de Isabel II, que abastece a la capital de España, «los sedimentos no son un problema en nuestros embalses, ya que nuestra zona es mayoritariamente granítica».
Sin embargo, la cuenca del Guadalquivir, por ejemplo, sí está claramente afectada y el cultivo intensivo de olivos está agravando la situación. Según Ecologistas en Acción, «la erosión del terreno en los olivares se ve acrecentada por el tipo de explotación intensiva, con una pérdida importante de suelo que, al final, acaba aguas abajo retenido en un pantano, junto con los fertilizantes y productos químicos utilizados».
Así lo recoge la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, que en su propuesta de plan hidrológico aporta datos impactantes: más del 56% de los 13.000 kilómetros cuadrados de olivares plantados en la cuenca pueden perder, por erosión, hasta 80 toneladas de suelo por hectárea al año. Eso son millones de kilos de tierra que el agua se lleva por las laderas hasta el río y quedan atrapadas, en gran parte, por las presas. El mismo estudio reconoce el problema de la colmatación (documento) que sufren algunos de sus embalses. Las consecuencias no acaban ahí y todo el curso del río se resiente hasta el mismo estuario, donde algunos deltas, como el del Ebro, están en retroceso por la falta de aporte de sedimentos.
Es un asunto de difícil solución, ya que vaciar un pantano para su limpieza no siempre es posible y una vez desecado, hay que extraer cientos de toneladas de material y llevarlo a otro sitio en un proceso lento y costoso. Luego queda qué hacer con esos sedimentos; usarlo como relleno o tratarlo y utilizarlo como nuevo suelo fértil.
El mantenimiento de los embalses es responsabilidad del propietario (en el caso de España, el 45% es de propiedad privada), pero la acumulación de lodos es un problema que tiene su origen en el mismo río y la cuenca y no siempre es responsabilidad del titular de la presa.
En el caso del pantano de Cordobilla, la Junta de Andalucía ha tomado medidas y ha optado por un novedoso sistema, los ultrasonidos. Los trabajos de limpieza los ha efectuado INNOVAGUA, una empresa española que utiliza las nanofrecuencias para hacer más reactiva el agua: licua el fango y con la ayuda de unas bombas lo reintroduce en el curso natural de río. Así se ha conseguido abrir un canal entre el lodo que ha permitido restaurar el abastecimiento a la comunidad de regantes y la capacidad de generación eléctrica del embalse, según afirman técnicos de la empresa y la Junta de Andalucía.
Pero no hay que olvidar que ese agua, curso abajo, es utilizada para regadíos y otros consumos y esa acumulación de sedimentos, producida durante años, se libera de nuevo en el caudal en muy poco tiempo.
Mientras tanto poco se puede hacer salvo minimizar la erosión y en este sentido, la reforestación y la recuperación de la cubierta vegetal son fundamentales para contener la pérdida de terreno, como lo es también la aplicación de sistemas de cultivo poco agresivos.
Fuente: Artículo de Gustavo Hermoso en http://www.elpais.com
Un artículo de lo más interesante. Aunque la problemática de la colmatación de los embalses debido a la acumulación de sedimentos (y la de la eutrofización de sus aguas, por otro lado, por los nutrientes) es bien conocida por quienes estamos vinculados al sector ambiental, lo cierto es que es una de las grandes desconocidas para el gran público, para una ciudadanía que solo conoce el dato del «lleno hasta el 90% de su volumen».
El artículo es muy didáctico, enhorabuena.
Saludos.