Se trata de un proceso de combustión con transportadores que quema el combustible con un óxido metálico con unas características especiales, que provoca que el CO2 quede apartado en la combustión y, por lo tanto, no haya que separarlo después, que es lo que eleva los costes.
«Este óxido metálico pierde el oxígeno, lo enviamos a otro reactor donde se regenera, vuelve a coger oxígeno, y se lo vuelve a dar al combustible. Es un proceso parecido a la sangre, la sangre se usa en el cuerpo para quemar y esa sangre va a los pulmones y se regenera», explica Juan Adánez, uno de los investigadores.
En este sistema ocurre lo mismo, ya que una vez regenerado vuelve a quemar, un proceso «muy revolucionario» que reduce el coste de la captura, que al final es lo que «empuja a poner en marcha estas tecnologías».
«Esto lo hace mucho más barato. Para que algo se ponga en marcha tiene que ser de bajo coste, que no te suba excesivamente el precio de la producción de la electricidad, porque si no es así no se hace», precisa.
El proyecto ha sido desarrollado en el Instituto de Carboquímica del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ubicado en la capital aragonesa, en colaboración con universidades europeas, fabricantes de calderas y grandes empresas petroleras del mundo.
El reto tecnológico necesario para controlar el Cambio Climático requiere reducir las emisiones de CO2 a un nivel muy superior al que se está llevando a cabo ahora.
Para ello es imprescindible utilizar «procesos más avanzados» a los utilizados actualmente, indica Adánez, investigador perteneciente al Instituto de Carboquímica.
«Ahora mismo se trabaja para ahorrar energía, mejorar la eficacia del aprovechamiento, cambiar los combustibles o usar renovables. Éstas son interesantes, pero con ellas difícilmente vamos a obtener toda la energía que necesitamos», ha apuntado.
De hecho, expertos prevén que la demanda mundial de energía, contando también las renovables, aumentará un 50 por ciento en los próximos 25 años, y con ello las emisiones de CO2 a la atmósfera, ha señalado.
Uno de los sistemas que se ha desarrollado en algunos países como Noruega, Argelia, Canadá o Estados Unidos, ha indicado, consiste en capturar el CO2 y almacenarlo en formaciones geológicas, situadas a gran profundidad, donde se mantienen durante años.
De esta forma, se consigue evitar que las emisiones suban a la atmósfera y provoquen el calentamiento global, pero su elevado coste impide que se instale de forma generalizada en los diferentes países.
Este inconveniente es el que ha impulsado al Instituto de Carboquímica del CSIC y a sus colaboradores a desarrollar un proyecto conjunto que tiene ya doce años de vigencia.
El plan de comercialización de este sistema, a pequeña y media escala, está previsto para el año 2020, en países como Suecia, España, Alemania, Holanda y Reino Unido donde las petroleras están «muy interesadas» en el proyecto.
En los últimos cuarenta años, las emisiones de CO2 a la atmósfera han pasado de 14 a 29 gigatoneladas al año, es decir el doble, una tendencia al alza que si no se frena con sistemas más avanzados acelerará el calentamiento global.
En este sentido, Adánez ha destacado que, para controlar el cambio climático, es necesario lograr que la temperatura media de la tierra no suba más de dos grados, para lo que habrá que reducir a la mitad las actuales emisiones de CO2 para el año 2050
Fuente: EFEverde
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