La mayoría de nosotros no vivimos en paisajes emblemáticos de aquellos de revistas y postales sino, más bien, en ordinarios. Estos paisajes denominados comúnmente como ordinarios, cotidianos según Francesc Muñoz (director del Máster Internacional en Intervención del Paisaje y Gestión del Patrimonio), implican a “casi todos los lugares en los que vivimos la mayoría de las personas”, pues están emplazados entre los núcleos urbanos y las áreas protegidas que carecen de excepcionalidad, en el sentido clásico de contener un valor universal y único.
Al ser paisajes que carecen de valores extraordinarios, permanecen indiferentes para las entidades públicas dejándolos vulnerables a la acción humana. Sin embargo, son los verdaderos paisajes vividos; es decir aquellos en los cuales se siente identificada la sociedad y los que contribuyen al mantenimiento de esa identidad.
Parte de la desdicha de los paisajes ordinarios se agudiza por la baja afectividad de las personas con el entorno. Expresado de un modo simple “Uno de los mayores problemas del paisaje es la indiferencia de las personas. El desencuentro entre el objeto-sujeto generando comportamientos incívicos por parte de algunos sectores de la población con el medio ambiente producto de la falta conexión de la gente con su entorno”.
En ese orden de circunstancias es pertinente recordar las palabras de M. Fukuoka, (1913-2008) agricultor y filósofo japonés: “La gente ya no pone los pies en la tierra pelada. Sus manos se han alejado de hierbas y flores, no dirigen su mirada al Cielo, sus oídos están sordos al canto de los pájaros, su nariz se ha hecho insensible a causa de los humos de los tubos de escape y su lengua y su paladar han olvidado los sabores sencillos de la Naturaleza. Los cinco sentidos han crecido aislados del orden natural. La gente se ha alejado dos o tres escalones del hombre verdadero”.
En este sentido, “la concienciación social y la participación activa de la población para la prevención de la destrucción desconsiderada del paisaje y su conservación es necesaria, así como la formación y educación en materias tanto ambientales como de otras disciplinas para lograr esa conexión del ser humano con el entorno que le rodea“.
En esa línea, debemos apostar por una concienciación social y participación activa e inmersiva y menos por una pasiva. Donde las personas formen parte del proceso que les permita establecer una relación directa con los paisajes ordinarios bajo una mirada amigable, que les aporte claves y experiencias para apreciarlos y valorarlos en todo su magnitud.
Los estudios muestran que la participación activa de los ciudadanos en proyectos o acciones de naturalización genera en ellos fuertes lazos de afectividad y conexión con el medio natural en el que están interviniendo. Bajo esta mirada, Nicolás de Brabandère, naturalista belga y fundador de Urban Forests, recupera paisajes degradados por medio de la participación activa de voluntarios y autoridades locales. De esta manera, genera un movimiento que Brabandère denomina la “naturaleza participativa” que permite originar cambios en las actitudes y pensamientos de las personas hacia la naturaleza.
Para reconectar a las personas con el paisaje, Brabandère utiliza el método del Dr. Akira Miyawaki. Se trata de una revolucionaria metodología basaba en aprovechar el principio de la “vegetación natural potencial” de cualquier ecosistema para crear bosques naturales (especias nativas y/o autóctonas) en 10 años.
En Holanda, desde 2015, el grupo de conservación IVN Nature Education ha creado más de 100 bosques siguiendo el método Miyawaki y esperan doblar ese número para 2022. Otras organizaciones civiles están trabajando en esfuerzos similares en distintos países de Europa. Brabandère comenta que la “naturaleza participativa” y la “velocidad de crecimiento de los minis bosques” animan a la gente a participar en crear bosques para re-generar el paisaje.
Desde el curso Paisaje e Intervención Ambiental del Instituto Superior del Medio Ambiente te invitamos a la participación activa a favor de los paisajes cotidianos a través de una “naturaleza participativa” que mejore su futuro. De igual modo uno de los objetivos de nuestro curso es conocer en profundidad las herramientas para valorar la calidad visual del paisaje así como la normativa e instrumentos legales que se le aplican para educar profesionales con formación integral en este campo.
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