En los últimos tiempos la utilización de perros para el control de la mortalidad de fauna en parques eólicos en España se ha convertido en tendencia. Al menos en lo que a peticiones de uso se refiere dentro de los procedimientos de vigilancia ambiental de proyectos. Pero ¿son realmente tan útiles?, ¿es viable su uso generalizado?, ¿hay otras alternativas?
La evidencia ha demostrado que la capacidad de los perros entrenados para detectar restos de fauna accidentada en aerogeneradores es sustancialmente superior a lo de los humanos. Los estudios más recientes describen eficacias medias de un 80 % frente al 20 % de las personas en todas las condiciones ambientales analizadas. Por tanto, parece que su uso podría ser una buena alternativa. No obstante, su aplicación no está exenta de dificultades y matices.
Un aspecto clave para garantizar el éxito de este tipo de procedimiento, es que los perros estén correctamente formados y dirigidos, siguiendo estrictos protocolos específicos y rigurosamente planificados. Sin embargo, la disponibilidad de animales adecuados y de adiestradores cualificados para hacerlo es reducida. La preparación es costosa y lleva tiempo, normalmente más de un año para un animal con la edad y características adecuadas, por lo que difícilmente se podrá cubrir la demanda teniendo en cuenta el ritmo de aprobación de nuevos proyectos. Y soltar a los perros en la zona de trabajo dejándoles a su libre albedrío, por muy de caza que sea, no es una opción. Es posible, por tanto, que un uso indiscriminado lleve a la proliferación de equipos poco cualificados, que no ofrecen el servicio con la calidad necesaria, y al fomento del intrusismo; redundando en seguimientos deficientes y en un incremento de costes.
El otro elemento que, en mi opinión, debe considerarse a la hora de optar por el uso de perros detectores, es el objetivo concreto de seguimiento. Como comentaba al principio, la solicitud de su uso se ha disparado, pero lo ha hecho sin considerar las necesidades de vigilancia específicas de cada proyecto. Simplemente se exigen. Y aunque los cánidos son significativamente mejores que los buscadores humanos, esto no los inhabilita por completo. De hecho, puede ser una buena elección en determinados contextos. Los últimos estudios han observado que los humanos tienen éxitos aceptables en la localización de las especies más grandes, y que también son relativamente eficientes en paisajes despejados. Además, estas eficacias pueden mejorarse mediante incrementos en el esfuerzo de búsqueda, como el tiempo invertido o la intensidad de muestreo por superficie. Igualmente, parte del sesgo asociado a la detección es controlable a través de los índices de eficacia y permanencia de restos (siempre que sean apropiadamente diseñados y ejecutados, claro).
Así que, la elección de los perros detectores debe estar siempre bien sopesada y justificada. Porque es claro que son superiores y tienen una relación coste-beneficio más favorable cuando el objetivo de la vigilancia son especies pequeñas y poco conspicuas, raras o escasas, y en ambientes estructuralmente complejos, de visibilidad y acceso reducido. Y también son recomendables cuando se necesita disponer de información muy precisa. Pero, ¿tiene sentido optar por los perros cuando el objetivo del seguimiento es el control de la mortalidad en, por ejemplo, grandes rapaces? ¿Es aconsejable su uso sin saber antes qué especies se verán afectadas y en qué medida? ¿Debemos aplicarlos a la búsqueda de cualquier especie o solo a las más prioritarias, con problemas de conservación o especialmente sensibles a los impactos?
No podemos perder de vista que el acceso a equipos cualificados es y será limitado, y que suponen un coste adicional; por lo que se deben definir con precisión lo objetivos y valorar los pros y contras de su aplicación. La elección arbitraria de los protocolos, atendiendo a argumentos gruesos y simplificados o a modas, solo conseguirá generar ruido y no mejorará la gestión de los impactos. La planificación y el análisis detallado de cada contexto específico previamente, es imprescindible. Tenemos en nuestras manos una herramienta excelente, pero que podamos sacarle el máximo partido dependerá de que este bien dirigida.
Jon Domínguez del Valle es biólogo y docente en el ISM del curso Evaluación y Seguimiento del Impacto de los Parques Eólicos sobre la Fauna.
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