A principios del siglo XX cuando se comenzó a estudiar el comportamiento de las partículas elementales, la mecánica o física clásica fue incapaz de dar respuestas a los problemas que planteaba el estudio de los fenómenos físicos a escalas microscópicas, por lo que surgió la física cuántica o moderna.
Si la física cuántica descubre la necesidad del vacío en la materia para que ésta sea posible, el paisaje como ciencia descubre que es precisamente el exceso de tiempo en su doble dimensión: memoria y dinámica, lo que provoca que debamos lanzar una nueva mirada sobre el territorio.
Si tomamos la ya manida definición de paisaje de la Convención Europea del Paisaje (Florencia, 2000) el paisaje es “Cualquier parte del territorio tal y como es percibida por la población”, nos ayudará a desgranar qué es lo que he querido decir en el párrafo anterior. La primera revolución industrial marca una “ruptura territorial” como nunca antes se había producido: el comienzo de la utilización de la energía de origen fósil de carácter importado – tanto en el tiempo como en el espacio – en detrimento del uso de la biomasa basada en la energía solar o primaria, de carácter autóctono.
Desde un punto de vista energético, gran parte de los territorios dejan de transformarse en función de la capacidad que tenía la población para apropiarse de la energía solar o primaria y se incrementa la energía disipada o entropía (contaminación, generación de residuos, desertificación, eutrofización de las aguas, etc.).
Según las previsiones de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en el 2050 el 70% de la población vivirá en ciudades y en el año 2008, por primera vez en la historia la población urbana igualó a la rural. Una población urbanita, tratada como consumidores y no como individuos, secuestrada en las grandes ciudades ya que las antiguas murallas se han sustituido por unas infraestructuras de transporte tan potentes que impiden que un individuo libremente pueda salir caminando de ellas. La forma de vivir urbana avanza sobre el territorio, con la urbanización y no de la mano de la ciudad y desaparece tanto física como conceptualmente la tradicional diferencia ciudad – campo. Esta invasión de lo urbano sobre el territorio lleva a paradojas tan conocidas por todos como aquellos individuos que se compran un 4 x 4 para viajar diariamente de su chalet adosado en el campo – que ni es campo ni ciudad – a la gran ciudad para ir a trabajar, o de aquellos que se compran su segunda residencia en la playa o en el campo, pero que exigen porque lo pagan, todas las comodidades de sus ciudades de origen.
Una fragmentación territorial, tanto en sentido vertical como horizontal, que es una manifestación espacial de nuestra propia fragmentación como individuos: habitamos lugares que energéticamente no se encuentran enraizados en los territorios que los sostienen, imposibles de caminar; dependientes de los medios de transporte, tan dinámicos que exigimos como consumidores que otros lugares se mantengan invariables en el tiempo…
Ante esta fragmentación, la ciencia del Paisaje aporta una nueva mirada sobre el territorio a varias escalas de reflexión y actuación:
En la escala territorial nos hemos dado cuenta, que además de las legislaciones sectoriales que aseguran la protección de los valores ecológicos y/o patrimoniales existentes en el territorio, hay que proteger y sobre todo gestionar la estructura espacial en su conjunto. La ciencia del Paisaje nos enseña, que el territorio no sólo es la suma de sus elementos, es cómo estos se ubican y se relacionan unos con otros lo que en definitiva asegura la funcionalidad y belleza del conjunto.
En la escala Hinterland– Ciudad, la ciencia del Paisaje ha aportado el concepto de Infraestructuras Verdes Urbanas, que estarían formadas por todos los sistemas naturales, semi – naturales y artificiales que se encuentran interconectados y se localizan tanto en el interior como alrededor de las zonas urbanas. Estarían constituidas por los muros verdes, cubiertas ecológicas, huertos urbanos, zonas verdes, parques periurbanos, zonas agrícolas relictas entre usos urbanos, áreas abandonadas y corredores fluviales. De esta forma en el interior de la ciudad, se rompe la fragmentación de carácter vertical, al aprovecharse la energía solar obteniéndose biomasa y en su relación con el exterior se rompe la fragmentación a escala territorial de carácter horizontal; favoreciendo además la actividad física de la población y permitiendo su vinculación afectiva con los lugares que habita.
La fragmentación individual, es más difícil de solucionar, lo único que podemos hacer como paisajistas es vehicular que la población experimente un proceso de identificación con el territorio en el que habita, entendiendo por identificación hacer que “dos o más cosas en realidad distintas aparezcan y se consideren como una misma” (www.rae.es>).
Sólo cuando experimentamos que el Territorio es parte de nuestra piel, nuestra mirada, nuestra memoria, nos fundiremos en el Paisaje y podremos llegar a cantar
“Ahora comprendo el lamentar del agua,
y el lamentar de las estrellas,
y el lamentar del viento en la montaña,
y el zumbido punzante de la abeja.
Porque soy la muerte y la belleza”
Escena III. El Maleficio de la Mariposa. Federico García Lorca
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