El impacto que el SARS-CoV-2 está teniendo a nivel global es indiscutible: más de 4,5 millones de casos confirmados, casi 310 000 muertes registradas y una imparable crisis económica mundial son los más aparentes. Pero sus efectos van mucho más allá y algunos están pasando desapercibidos para el gran público.
Uno de ellos es el que está sufriendo la conservación de numerosas especies amenazadas. Y no se trata de un problema de salud animal, sino de un incremento importante de la caza furtiva como consecuencia del cierre de fronteras y la recesión económica.
Sin la presencia de los turistas, una de sus principales fuentes de ingresos, numerosas áreas protegidas de todo el mundo han tenido que despedir a parte de su plantilla, lo que ha dejado vía libre para caza furtiva de grandes mamíferos. Estamos hablando de un mercado que, según algunos estudios, mueve entre 30 mil y 40 mil millones de euros al año.
Por poner un ejemplo, sólo en Sudáfrica, desde que cerrase sus fronteras el 23 de marzo, más de una decena de rinocerontes han sido cazados de forma ilegal en zonas anteriormente turísticas. Todas estas muertes están diezmando las exiguas poblaciones de algunas especies, como el rinoceronte negro, clasificada en peligro crítico de extinción. Las consecuencias para su conservación son, como podrás imaginar, demoledoras.
También los grandes simios están sufriendo estos efectos: en el Parque Nacional de Virunga han tenido que cancelar todos los viajes turísticos y evitar la asistencia de gente, con el consecuente riesgo para la conservación del Gorila de montaña. Y es que este parque nacional africano alberga un tercio de la población mundial de esta especie amenazada.
Pero las consecuencias no sólo son económicas, como las debidas a la pérdida de ingresos provenientes del turismo y que se dedican a la conservación y a la lucha contra la caza furtiva, sino que hay que sumarle el hecho de que, según algunos estudios, la COVID-19 podría afectar también a los grandes simios, dado nuestro parentesco genético y a las similitudes de los receptores que emplea el SARS-CoV-2 para infectar las células.
Por si fuera poco, este efecto colateral de la pandemia no sólo afecta a las grandes reservas y espacios naturales, sino que su impacto se extiende a otro de los grandes actores en el panorama de la conservación: los centros de recuperación de fauna silvestre.
La caída en los ingresos derivados del turismo, las visitas a los centros y las labores de educación ambiental están poniendo en jaque a centros de recuperación y santuarios de todo el mundo, algunos de los cuales juegan un papel fundamental en la conservación de distintas especies, ya sea recuperando individuos heridos o procedentes del tráfico ilegal, ya sea porque llevan a cabo programas de cría ex situ.
Pero como te contaba, la relación entre la COVID-19 y los espacios naturales es bidireccional. Son muchos los estudios que avalan el papel protector de los ecosistemas sanos y cómo actúan a modo de barrera frente a patógenos y zoonosis. La pérdida de biodiversidad está retroalimentando todo este peligroso escenario de brotes epidémicos.
Los ecosistemas sanos contienen un complejo entramado de relaciones interespecíficas que se encuentran en un equilibrio dinámico y que evitan que una o varias especies predomine sobre el resto. Pero cuando los alteramos, esa red comienza a deshacerse, ese equilibrio se rompe y los efectos se amplifican en una especie de reacción en cascada.
Además, la pérdida y degradación de los hábitats, la contaminación, el cambio climático, la presencia de especies invasoras que compiten por el nicho ecológico y todos los desequilibrios derivados de la acción humana, directa o indirecta, contribuyen a elevar el estrés de numerosas especies, lo que unido a lo anterior y a una enorme globalización y movilidad sin precedente en la historia de la humanidad, convierten el panorama actual en un caldo de cultivo propicio para el incremento de las zoonosis.
Por tanto, todos los esfuerzos y todas las partidas económicas dedicados a la conservación son una inversión en nuestro propio bienestar, tanto a nivel psicológico como orgánico.
Y aquí es donde entran en juego los Espacios Naturales Protegidos. Una adecuada red de áreas naturales protegidas nos ayuda a preservar una biodiversidad muy amenazada y a mantener esa necesaria salud de unos ecosistemas muy sometidos a gran cantidad de perturbaciones antrópicas.
En definitiva, los Espacios Naturales Protegidos nos ayudan a amortiguar los efectos que la actividad humana tiene en el medio natural. Son un escudo, un seguro de vida frente a los efectos adversos, cada vez más patentes, que nuestro medio de vida y nuestro uso descontrolado de los recursos naturales están teniendo sobre la biosfera.
Es importante que los distintos países sean capaces de legislar una red articulada de espacios naturales, estructurada de tal modo que no sólo sean islas de ecosistemas y hábitats amenazados en un mar de civilización, sino que funcionen como un todo interconectado, de modo que podamos beneficiarnos de todos los servicios ecosistémicos que una biosfera sana nos brinda.
Y, por supuesto, que esa estrategia de conservación vaya acompañada de gestión profesional e integradora de dichos espacios, que sepa incorporar y hacer partícipes y protagonistas a todos los agentes sociales y todos los sectores que intervienen o se relacionan con una determinada área natural y sin los cuales no puede preservarse ningún espacio.
Ya no es una cuestión de conservar la naturaleza para nuestros hijos o nuestros nietos. El objetivo es mucho más importante y mucho menos idílico. Es una cuestión de mera supervivencia, de auto preservación, de mejorar el mundo para mejorar nuestra calidad de vida, nuestra salud y la de todos los que nos rodean. Es una cuestión de futuro. El nuestro.
La pandemia de la COVID-19 ha cambiado nuestra realidad, nuestra forma de vida cotidiana y nuestra manera de relacionarnos o de viajar. Ha cambiado el mundo como lo conocíamos hasta ahora. Y aún no sabemos el alcance o la durabilidad de esos cambios.
Por eso es más importante que nunca abrir los ojos y darnos cuenta de que somos parte integral del ecosistema. Que necesitamos de la naturaleza tanto como ella necesita de nuestro comportamiento responsable y de un profundo y transformador cambio en la forma en que explotamos los recursos naturales.
Debemos ser conscientes que tú, yo y todos tenemos un papel activo en este complicado equilibrio entre conservación y desarrollo social y económico. No podemos ser meros observadores del mundo que nos rodea. Porque cada una de nuestras acciones individuales tiene repercusión global. Nuestro futuro está en nuestras manos, lo queramos o no. Es hora de actuar.
Nacho García Hermosell es docente en el ISM en los cursos Especialista en Protección y Gestión de Espacios Naturales y Gestión de Espacios Naturales Protegidos.
Deja tu comentario